jueves, 21 de febrero de 2013

Naturaleza Vs. Arquitectura:



          Lo que justifica el hecho arquitectónico es la necesidad humana de habitar, concebir espacios confortables que permitan que sus actividades puedan desarrollarse con buen termino. No obstante, este no es el único objetivo a tener en cuenta, ya que del mismo modo deberá cumplir unas funciones biológicas y prácticas, pero también condicionadas por factores culturales, estéticos, técnicos y económicos, que no pueden ser olvidados. No se hace arquitectura con uno solo de estos principios, sino con un balance armonioso en el que todos tengan su particular participación que permitan un equilibrio entre el arte y la técnica, siendo útil a su destinatario pero también acorde con el medio que le rodea.
          El hombre desde sus orígenes más primigenios fue capaz de ir contra la naturaleza para adaptarla a sus intereses y necesidades dando lugar a una contradicción constante y perdurable a lo largo de los siglos entre el hecho natural y el artificial, cuando los dos actos tienen esencias diferentes y no son susceptibles de ser comparados.
          Tomando la arquitectura como paradigma de la artificialidad característica de lo humano, queremos plantear la relación que se establece con la naturaleza. Nos preguntamos pues, si la arquitectura debe ser la expresión del dominio del hombre sobre la naturaleza o si por el contrario, debería ser una respuesta a la realidad del lugar donde se sitúa. ¿Debe mostrar la arquitectura su esencia artificial o debe disfrazarse en el mundo natural?
          Parece indiscutible que la arquitectura es un acto artificial, es violenta con el paisaje, no debe negar su carácter de no-naturalidad ni de urgencia para la vida humana, pero no por ello su actitud debe ser tan aniquiladora; creemos pues que es fundamental un replanteamiento de los parámetros que evalúan la arquitectura; ello no implica la perdida de condicionantes de cualquier otra índole, que son también de gran relevancia en la arquitectura local y exclusiva de cada zona. Hoy es urgente afrontar esa escisión inevitable entre lo natural y lo artificial en busca de una conciliación de las necesidades de la sociedad con el resto de especies del planeta.
          El siglo XX es el mejor ejemplo de esta dualidad de la arquitectura, ya que estas cuestiones entorno a la presencia de lo artificial en la realidad natural se plasman de manera muy evidente debido a un auge urbanístico in crescendo.
          La ciudad es el símbolo de la victoria destructiva del hombre sobre la naturaleza, es el signo de una exaltación tecnológica. Sin embargo, como asentamiento urbano en el que la industria y la máquina han intervenido decisivamente, acusa sus efectos en el ámbito urbanístico, arquitectónico y visual. La metrópolis se erige como una nueva imagen, un emblema de la nueva modernidad principalmente representada por el rascacielos.
          Siguiendo las premisas cartesianas, la ciudad como problema, se descompone por zonas, funcionando como una máquina productiva; el delirio máximo del racionalismo lleva al intento de planificar la inmensa complejidad de una ciudad mediante la descomposición de estructural formales y funcionales simples. Obviamente esto tuvo una fuerte repercusión en la organización de los medios urbanos y, ante la tendencia cada vez más asfixiante de centros sociales que cumplían las tareas antes domésticas, se observa una reducción del espacio privado del hogar. Esto se acusa no solo en la arquitectura sino también en el urbanismo y las relaciones sociales.
         A partir de los años 40, desde la propia arquitectura hubo una contestación a esta confianza desmedida en la razón y ese utopicismo se vuelve en distopia. El racionalismo entra en crisis y nace así, una arquitectura más naturalista, más humana, más empirista; lo que conocemos como arquitectura orgánica; es en este momento donde encontramos a Alvar Aalto; un pionero en este nuevo pensamiento que plasma no solo a través de sus obras sino también de sus escritos. Y Villa Mairea es el primer paso, el primer indicio de esta nueva mentalidad.
        Aalto era un optimista del progreso, no obstante no parecía tener demasiada fe en ese progreso tan venerado a principios del siglo XX, por lo que presenta una teoría humanizada de la ciencia, en la que la ciencia es un instrumento para el individuo y no a la inversa. Esta visión menos violenta nos sentaría perfectamente a este nuevo siglo que hemos iniciado, por lo que debemos ensalzar la capacidad visionaria de un hombre que supo ver los temores de un mundo en constante movimiento, pero que había cometido el tremendo error de olvidar que el hombre es eldueño de la máquina y no su esclavo.
          Se esmeró siempre por poner la tecnología al servicio del individuo, y no por ello suprimirlo. Junto a la naturaleza adaptó la arquitectura, sin desaparecer en ella, sino contraponiéndose y articulándose de forma mutua. La tecnología para Alvar no tiene sentido sin un carácter humano que la rija y por ello niega que la arquitectura sea una técnica, la arquitectura es una forma de creación supra-técnica, ya que en ella se aglutinan muchos otros factores, es una tarea de combinación de miles de vitales funciones humanas.
          Suponemos que Aalto temía de la deshumanización de la arquitectura, a la que le otorgaba una misión que abarcaba mucho más de lo meramente constructivo; le exigía una coherencia urbanística y social, una comprensión de la sociedad, las ciudades y sus costumbres. Esa es la doble vertiente de la arquitectura, no puede liberarse de las contingencias humanas (...), sino que al contrario, debe aproximarse a la Naturaleza, (...) la expresión arquitectónica debe desarrollarse con la misma libertad que las bellas artes, pero permaneciendo ligada al hombre y sus exigencias. Plantea una relación orgánica entre el edificio y la naturaleza incluyendo en ella al hombre como ser central de este triple enlace.
          La naturaleza es para Aalto el origen y máximo símbolo de la libertad, de este modo debe ser el soporte de nuestros proyectos proporcionando una amplia riqueza de combinaciones formales en “crecimiento orgánico” que si pueden ser el modelo de una posible estandarización arquitectónica. Es lo que Giedion denomina un “irracionalismo-orgánico” a lo que Dorfles ha contrapuesto como “organicismo-racionalizado”; en definitiva una relación armónica entre la razón y un sentimiento más próximo al mundo natural.
          Situada en el claro de un bosque de pinos, encontramos esta seductora villa, cuya manifestación en el entorno es discreta y tímida sin espectacularidades aparentes. En este edificio es evidente la constante reflexión sobre el hecho arquitectónico a la hora de concebir su estructura y localización, es tan importante la estructura como el espacio donde se encuentra. La arquitectura es comprendida como un entramado biológico, con sus células y su núcleo donde todo tiene sus conexiones en función de un todo.
          En general, se observa la idea de tratar la arquitectura y su interior como metáfora y analogía de la naturaleza. “La arquitectura -explicaba Aalto- debe ofrecer en todo momento los medios para posibilitar una relación orgánica entre edificio y naturaleza. La naturaleza es, en el fondo, un símbolo de libertad”. Villa Mairea trasmite esta libertad; una casa que en su máxima esencia está el ser vivida y también contemplada, ya que la contemplación es inherente a la vivencia y no a la crítica distante.
           Mairea es un ejercicio de horizontalidad a ras de suelo, donde las diferentes estructuras se combinan como un amalgama celular único y unitario compuesto por naturaleza y arquitectura, donde la linde entre uno y otro es casi imperceptible. La naturaleza se convierte en parte activa del edificio. Aalto es capaz de combinar con maestría masas anchas horizontales y superficies verticales como una abstracción del paisaje finlandés.
          La articulación espacial del edificio tiene un doble juego; en relación con su entorno pero también sobre si mismo y su propio interior; posee una doble personalidad que le otorga una relación directa y estrecha con lo natural pero a la vez le permite cierto distanciamiento. Plantea una distribución orgánica equivalente a las estructuras biológicas de la naturaleza y la arquitectura interpreta el mismo papel que cualquier otro elemento del mundo natural. De forma supeditada también incluye la naturaleza en su lenguaje arquitectónico, mediante una agrupación orgánica de habitaciones, formas libres, no geométricas y la interacción entre la edificación y el entorno natural.
          La forma curva es la clave de un proyecto esencialmente orgánico donde el estudio de los recorridos exteriores permite una ordenación del edificio, que nos lleva de lo natural a lo artificial sin una transición brusca. Se sumerge en una naturaleza virgen con itinerarios sinuosos, evitando la rigidez y el contacto demasiado directo con la arquitectura, la organización de la planta en su espacio se presenta de modo tangencial, evitando enfrentamientos frontales. La metáfora de la naturaleza bajo la apariencia de la línea curva es clara, mas se opone de manera armoniosa al racionalismo de la arquitectura; es la equilibrada combinación entre lo emocional y lo racional.
          La planta se erige como un elemento artificial dentro de lo natural, es pues, el paso de la naturaleza a la arquitectura; su estructura semi-cerrada crea una unidad circunscrita, integrada en la naturaleza de la que parece protegerse, preservando su independencia. Se sitúa en el espacio como un elemento independiente y autónomo, sin embargo se deja empapar por el exterior participando de lo natural. La forma de herradura de caballo de la planta se abre hacia el centro vacío del bosque, sumergiéndose en lo natural creando serpenteantes caminos, la naturaleza es el organizador del conjunto.
          La estructura establece diferentes grados de relación con lo natural; desde un absoluto aislamiento respecto de la naturaleza, pasando por una convivencia entre ambos para pasar a una anulación de lo arquitectónico para fundirse en la naturaleza. Son tres fases de un trayecto que pauta una transición de lo artificial a lo natural sin rupturas forzosas. Un ejemplo de ello es el camino transcurrido desde la estructura del edificio a la piscina nos explica la transición de lo artificial a lo natural, hasta llegar a la sauna, el primer contacto directo entre lo típicamente finlandés y la naturaleza, donde la madera, el agua y el vapor se funden en el cuerpo del hombre; es un espacio de libertad y reposo personal; finalmente es la piscina la que establece esa unión directa con la naturaleza; su perímetro nos remite directamente el lago finlandés y a la importante presencia de lo vegetal, el agua y la roca en la tradición constructiva de Finlandia.
          En su arquitectura, los materiales y sus texturas son fundamentales, pero igual de importantes son la tierra, el agua, el viento y el sol; un contacto directo con la naturaleza viviente que pretende preservar el bienestar físico y mental; para ello siempre fue factible la facilidad de acceso a los bosques a través de espaciosas terrazas. Esto permite la mudanza de un ámbito al otro.
          Aalto muestra cómo la arquitectura nace de la naturaleza y a la inversa; una disolución donde ambos componentes se realimentan en el proceso de creación y dan lugar al conjunto. De este modo Aalto otorga al arte un valor indiscutible, una esencia semejante a la de la naturaleza, son dos mundos naturales autónomos, con una idiosincrasia y unidad biológica propia con una influencia recíproca que permite unaprofusión de formas exuberantes que da resultado a millones de combinaciones flexibles donde no cabe lo estereotipado
          Esta aproximación delicada al mundo natural lleva a Aalto a un uso congruente de los materiales que la misma riqueza local ofrece, y es en Mairea donde esta actitud se hizo universal en la carrera de Alvar, con un absoluto aprecio por los elementos simples y directos; desde la madera, al cristal, al cuero... como texturas que matizan el espacio vacío y luminoso que propone la arquitectura moderna. Conoce bien las posibilidades de los materiales y sistemas constructivos nacionales, aunque renovará sus usos dándoles un aire nuevo. La naturaleza le propone a Alvar una amplia gama de medios materiales, que con gran sutileza manipula respetando siempre su uso y su propio vocabulario formal.
           Mairea es el prototipo aaltiano del naturalismo, no exclusivamente por la relación espacial con la naturaleza, sino que es también comprendido por el uso de sus recursos materiales. En ella se combinan de forma yuxtapuesta, y eso sea quizás el gran mérito, el hormigón más tecnológico con la madera más pura; se puede apreciar tanto en el interior como en las fachadas. La madera, en diferentes variantes, es el elemento de mayor importancia en la villa, brota espontáneamente en delgadas y esbeltas planchas verticales que integran el bosque en la casa, la habitan; es la máxima expresión de la integración de lo natural en la arquitectura.
          Muchos son los detalles en los que vive este naturalismo de raíz oriental, con un carácter casi espiritual, que hace de la naturaleza un ser todopoderoso; sin embargo lo más destacado es esa cohabitación espacial entre lo natural y lo artificial que Aalto consigue de manera majestuosa. Una amplia capacidad de enlazar actitudes tan contrarias en una síntesis de solución no solo bella, sino nacida desde el intelecto para ser funcional pero también tranquilamente apasionante.

No hay comentarios:

Publicar un comentario